Llegar a esta ciudad-pueblo tiene aires contradictorios. Nos recibe el cementerio municipal como si el vivir acá fuera casi un sacrificio. Pero, basta recorrer unos metros o minutos por la única calle principal para darse cuenta que el ambiente es más solidario de lo que aparenta; ninguna fobia con el afuerino, menos en estos días en que se respiran aires de diversión y olores a empanadas, chicherías, carnes y mucha tradición que se cuelan por los adobes de las casas y las voces de sus protagonistas. Es la «Fiesta de la vendimia» en honor al licor patrio. «Es emocionante recordar cuando los Huasos Quincheros en el Mundial de Alemania entonaron la cueca «chicha de Curacaví…», todo el mundo supo de nosotros», afirma su alcalde Pedro Julio.
Con ese mismo orgullo y humildad ahora reciben a quién desee participar de este encuentro. Porque de hambre, diversión, bencina, restaurantes, juegos y una agradable tarde no se van a quejar, asegura este edil porteño de nacimiento.
Medialuna total
Si existe un sector de Curacaví identificado con la uva de exportación no es otro que «Campo Lindo», visible desde la ruta 68. Pero también están los parronales de familias centenarias en la zona. Los Moreno, Morales, Cerda, Durán, Gómez, Valladares son algunos apellidos ilustres en la elaboración tradicional de chicha. De este último clan, destaca don Víctor y sus hijos que mantienen gigantescas tinajas de greda y toneles de cobre (600 kilos de capacidad), piezas vitales del trabajo. Al gusto de probar su líquido, se suma ver el proceso de zarandeo de uva, eliminación de hollejo, horas hirviendo el líquido y «descanso» en añosos envases. Parte de su producción estarán en venta a US$ 1 el litro (!exquisita y barata!).
Claro que no sólo de chicha vive el hombre. La alimentación corre por cuenta del casino en la medialuna y la variedad de locales del pueblo. Está, entre otros, «El Amanecer» (picada de camioneros), «Donde Augusto» (maestro en empanadas de horno), «Los Queltehues» (con cabañas) y «El pato loco», visita obligada de comensales del pernil arrollado (US$ 1,25), cazuela (US$ 1,8) o gran bistec con arroz y ensalada a la chilena (US$ 4).
Qué mejor «bajativo» que una vuelta por la medialuna donde los ojos se cansarán con tanto panorama. Está la «fiesta huasa» (16.00) con juegos típicos como el barrilete, la silla musical, domadura y la rifa de un novillo y dos corderos. Música por todos lados para ambientar un vitrineo en la exposición en materia agrícola, ganadera, artesanal, de dulces y de plantas. Hay distinción al zapallo más grande.
Y quién sabe si se atreve a un pie de cueca con la reina de la vendimia, bajo los sones de «Chicha de Curacaví; baya, curadora/ que ponís los pasos lentos/ a mí no me los ponís/porque te pasó pa’ dentro».
Marcelo Cabello M. (14-04-96) Enviado Especial La Tercera.