«Conocer las historias ocultas de un pueblo, es conocer su interior, lo que se guarda sigilosamanete en el alma colectiva.»
«Sigamos cultivando y acrecentando este gran Libro de Historias, hagamos que sus páginas nos lleven a soñar y evocar los tiempos en que nustros antepasados empezaron a construir la historia mítica de nuestra comuna.»
En Curacaví como en tantos otros pueblos hay muchas historias que se cuentan, las relatan nuestros padres, nuestros abuelos, o la gente mayor que conocemos…
Te invitamos a conocer algunas de las increibles historias, esperamos que te gusten, forman parte de nuestra tradición oral y que han permanecido por los años encantando a todos los que las quieren escuchar…
Y si conoces otras, te invitamos a que las hagas llegar a nuestro correo en la Biblioteca Pública Municipal, lugar donde nos acogieron con esta inquietud que teníamos de dar a conocer a los que así lo requieran nuestras tradiciones…
GRACIAS POR VISITARNOS y les estamos esperando no nos queda más que agrader de sobre manera los conocimientos vertidos por don Luis Gúmera a traves de su libro en La Ribera del Puangue, desde donde sacamos gran parte de estas historias.
Con esta bienvenida nos reciben el el sitio «Leyendas de Curacaví» creado por la Biblioteca Pública Municipal, hace algún tiempo y nos han autorizado a incluirlas en www.curacavi.com, les invitamos a visitar el sitio y aportar con más mitos y leyendas.
Estas son algunas de las historias que allí se han rescatado.
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LA VIUDA NEGRA
A principios del siglo pasado, era muy común el juego de azar de «El Monte» que se efectuaba con el naipe español; donde las personas jugaban grandes cantidades de dinero, aparte de amenizarlo ingiriendo alcohol.
Según la creencia, este tipo de vicio atraía generalmente al «diablo» que se hacía presente de distintas maneras, como es el caso de la «Viuda Negra» que montaba al anca de los caballos que transportaban a las personas que de noche se dirigían a apartados rincones a disfrutar de este juego de azar. Lugar predilecto para esto, eran las riberas del estero entre sus matorrales y el Cajón de Zapata por sus boscosos rincones.
Esta «viuda negre» era una mujer alta, vestida enteramente de negro con sus pies desnudos y al hablar echaba fuego por la boca. Si lograba montar
ASALTANTES VICIOSOS
Antiguamente la chicha era transportada en tropas de mulas a diferentes lugares de importancia como Santiago y Valparaíso.
A estos animales, se les colocaba unas vasijas de cuero en que depositaban la chicha para su transporte y recibían el nombre de «Odres». Generalmente el caminar se hacía de noche.
Cuando se construía el tranque de «La Viñilla», trabajaba en el lugar mucha gente que solían esperar a los arrieros con sus tropas que pasaban por la cuesta «Zapata» para pedirles chicha, y si éstos no les daban grandes cantidades, eran asaltados con la totalidad de la carga.
Para evitar este problema se despachaban primero hasta cuatro mulas, para entregar parte de su carga a estos viciosos asaltantes y posteriormente ya despejado el camino se mandaba el resto de la tropa en considerable número.
EL HOMBRE CHANCHO
Fue muy comentada en l a década de los años 30 y 40 en los sectores de Melipilla, Ibacache y Curacaví la historia del «Hombre Chancho»
Según la gente campesina de estos lugares, decían haber visto un hombre con cabeza de chancho que merodeaba por las noches en el campo e incluso llegando hasta las cocinas de las casas en busca de alimentos.
Se contaba que en el sector de Talagante, un sujeto ultrajó a su madre y ésta lo maldijo convirtiéndolo en este raro especimen (Lira Chilena, enero 1933)
EL FINADO
Para los difuntos que eran traídos al cementerio desde el sector oriente de la comuna; existía la tradición que al llegar al altillo de «los ratones» (sector Campolindo) estos eran bajados de la carreta o angarrilla donde eran transportados, para volver el ataúd de posición, o sea, con los pies hacia atrás queriendo decir con esto que el «finado» estaba resignado a aceptar su nueva morada. Además de mirar por última vez su tierra querida.
LOS SUICIDAS
Antiguamente cuando una persona se suicidaba no se le decía misa y se sepultaba en las afueras del cementerio. En el momento de su sepultación se le esparcía semilla de trigo o cebada sobre el féretro. Si la semilla nacía y germinaba; se procedía a decirle misa e ingresarlo al año siguiente al interior del cementerio porque su alma estaba salvada. De lo contrario si ésta no salía significaba que el alma estaba condenada, lo que le impedía la entrada de sus restos al camposanto.
LAS LLORONAS
Un oficio casi olvidado que necesitaba de la muerte para existir era el que ejercían esas mujeres eternamente vestidas de negro, contratadas para ir de muerto en muerto, de velorio en velorio y de entierro en entierro, llorando y lamentándose ruidosamente por la insoportable pérdida de un ser querido que la mayor de las veces ni siquiera conocían.
Estas plañideras, más conocidas como lloronas, son de tradición hispana pero se hicieron muy conocidas en nuestra zona.
«Para cada difunto la familia contrataba 3 o 4 mujeres para que sus llantos y gemidos amenizaran el velorio, propiciaban un espacio en donde el sentimiento trágico se revela como un componente constitutivo de una cultura, donde la muerte es un elemento determinante.
Los dolientes pensaban que mientras mas se llorase la existencia de este ser era por que su existencia había sido más relevante.