Se las ha dado de alquimista, físico, computólogo, político, escritor, filósofo, crítico musical, saxofonista, bebedor de generosos mostos, cagüinero, alcahuete y todo lo que se pueda esperar de un personaje de estas tierras, creo que, después de estar cerca de 10 años en Europa, ya se ha ganado el certificado de curacavinano.
Incursionó en la música experimental grabando un CD junto a Hojas Verdes Quartet, agrupación de Jazz Fusión con la que suele acompañarse en sus presentaciones de poesías. Entre el 01/06/2001 y el 01/07/2001 estuvo junto a Hojas Verdes Quartet en Alemania, vea la Nota en Farándula y entérese de las peripecias que vivieron.
Kuraka, a los 20 años tenía muchos huesos y un saco lleno de sueños, conoció a Vicente Simón, con el que hizo muy buenas migas, pasaron muchas tertulias juntos, escuchando a Pink Floyd, Jazz y por supuesto Inti-Illimani, alguna vez eludieron el reten de Placilla por conducir una citroneta con exceso de pasajeros, en un viaje desde Viña del Mar a Curacaví, buscando las ramadas de un 18 de Septiembre por allá por el 82. Luego por ahí por el 85, Vicente Simón en calidad de animal en celo se fue a Europa detrás de una francesa, ….retornó como a los 10 años casado con una mujer de Coquimbo, con una hija y siendo aún más amigo de Kuraka. Una vez en Curacaví, ha participado de cuanta actividad cultural se le cruzó por delante, ha conducido programas de radio, fue parte de la Agrupación Archipiélago, ha tocado el Saxo en las presentaciones de Tirano Rex y lee poemas en muchas de las noches de farándula de Curacaví. Ha dado apoyo a innumerables artistas de estas tierras y ahora nos entrega parte de su trabajo literario. Presentamos a continuación con mucho orgullo a Vicente Simón y su obra «Bajo todos los cerros del Valle».
Biografía
Vicente Simón nació en ninguna parte un poco antes que sucediera el Big-Bang. De repente reapareció en París en la isla de Notre Dame sentado en una pequeña plaza mirando como el agua pasaba al son de su esqueleto que articulaba recuerdos de los veranos en Curacaví; le ofrecieron un trago de vino y aceptó. Desde entonces ha publicado algunos trabajos con la ayuda de la Binding Bier y de la cerveza de trigo. Sus poemas los reunió en un libro titulado «30 poemas para un Agosto» escritos fehacientemente y con rigor desde el 1 al 30 de Agosto, a razón de un poema por madrugada, y dejando el 31 para recuperar su cuerpo ya que su alma permaneció incólume.
Otros poemas los publicó con desorden en la Revista L´Araña usando un pseudónimo para cada ocasión por el puro y sano divertimento. Bajo todos los cerros del valle es su segundo cuento, tomando prestado del primero parte importante del título, el que, luego de un éxtasis inspirativo, llamó: bajo todos los vientos de Frankfurt. Cultivó el saludable vicio de mezclarse con todos para sólo recordar a los valientes, por supuesto, y a toda propiedad, a aquellos valientes que habitan ya otras dimensiones, así como de los que están vivos, ya sea porque su inteligencia les permitió salir airoso de alguna clara desventaja o porque en medio de las circunstancias la suerte se apiadó de ellos. Últimamente se encuentra en el inicio de su penúltima dieta; está ad portas (esto es: a un pan con mantequilla y algo de queso y de dos huevos bien revueltos con mermelada) de usar pantalones con elásticos. Mientras tanto lee lo que ha leído siempre: James Joyce y Augusto Monterroso. Vicente Simón se casó luego que su mujer se embriagó con él tal cual es y sin mediar ningún regalo imposible, de esos que dejan al cielo sin estrellas y juegan con la idea que el amor alcanza hasta un poquito más allá del infinito.
Tienen ambos, en feliz matrimonio civil, dos hermosos hijos: una pequeña, iluminada constantemente desde el cosmos por una clara luna vigilante, con la que a diario ejercita la firme negación paternal frente a sus infantiles caprichos, todos espontáneos y obstinados, con similar energía con la que termina comprándole cuanto haya que comprar; y un encendido varón, de pocos meses que le recuerda que el ser humano seguirá gritando por lo que quiere, comiendo cuando tiene hambre y reciclando el alma después que el cuerpo bote o escupa cómodamente sentado lo que ya no sea necesario. Cuando la vida se le hace insoportablemente cotidiana y los seres que la monotonizan demasiado leves, se acuerda de sus tiempos heroicos, guardando la secreta esperanza de devolverle la mano a quien oportunamente en París le ofreciera un trago de vino en la Isla de Notre Dame.